Déjame acampar esta noche
a la orilla de tu ojos
y te contaré la historia
de mis lágrimas clorificadas.
Eran tiempos heroicos y frágiles
de mentiras putrefactas
y andares perversos.
Las calles quedaron sembradas
de una escolanía de tambores
formada por ángeles
que repartían semillas de ricino
a los jovenzuelos almibarados.
Las raíces del odio
todavía eran larvas de gusano
atravesando los pliegues
de la mórula pulpar de un cigoto.
La soledad comía chocolate
a escondidas, en la despensa
de un hotel en llamas
mientras el horizonte chocaba
contra el amarillo
de un cielo enfermo de hepatitis.
Las aves quedaban atrapadas
entre los nudos gordianos
de las nubes sintéticas
y los aviones se estrellaban
contra los somníferos
de la madre naturaleza
en sobredosis.
Eso no era la casa de una mujer.
Eso era un depósito de despiece
de almas descuartizadas.
Y cualquier día de estos
caminará por tus calles
y se cruzará en tu camino.
No será muy guapa
y tampoco será muy fea.
Vestirá con una ropa normal.
Apenas hará ruido
pero no dejará en paz al silencio.
Te mirará a los ojos,
sus pupilas se dilatarán un poco.
Sonreirá apenas
y decidirá
que tú eres el siguiente.