sábado, 11 de junio de 2022

Pilates

Ese día mi compañero de borrachera

no pudo acudir a la cita.

Esgrimiendo una excusa tan real

como espantosa. En dos palabras:

“Tengo pilates.”

Así pues, ahí quedó la cosa. Irrebatible.

Totalmente fuera de lugar

de mi mundo construido sobre arpegios

de dudosa utilidad.

Sin embargo, durante el resto del día

no pude escapar de esa frase.

Esa frase me persiguió hasta la cocina,

en el baño, en el cepillado de dientes,

en las patatas fritas.

Hasta en las deslenguadas zapatillas

mientras las ataba con violencia

intentando ahogar su disparate. ¡Pilates!

Sí, pilates se coló por los recovecos

del psicoanálisis más torpe.

Incluso en ese momento del día,

ese lapso despreciable

de tiempo incalculable

que tiende a “menos infinito”

en que no pensamos nada,

también apareció de incógnito en el limbo.

Tengo pilates, dice”

¡Qué tiene pilates!”

¿Pero… A dónde hemos llegado?”

¡Pilates! ¡No me jodas! ¿Pilates?”

Y así todo el día.

¡Que el caballero tiene pilates, dice!”

“¡Joder! ¿Tú también?”

¡Pero vamos a ver!”

¿Ya no vale sacrificar la salud por los bares?”

¡Siempre ha sido así! Todo el mundo lo sabe.”

¿Cuántos años de vejez nos hacen falta?”

¡Pilates! ¡Lo que me faltaba por oír!”

¿Pilates?”

¡Pilates es para los perdedores!”