viernes, 4 de diciembre de 2009

El mismo silencio


Los cuatrocientos golpes

El humo caracoleaba entre sus rizos
yo forcé al destino sin dejar que decidiera
respiré el vapor de la resina pegajosa
y el fuerte olor cuando quemaba
quedó impregnado en la espesa selva negra de su pelo.
De sus deudas salían otras deudas
y de todas ellas yo.
Vi el infinito en su frente
y en su frente firmé la tempestad.

El mismo silencio.
El mismo lugar.


Comencé a lanzar dinero
al cubo de la basura,
ella metía las manos hasta el fondo
-Podrás mancharte siempre, dije
-¿Podrás llenarlo siempre? respondió
-Puedo decirlo pero no hacerlo
-Entonces ¿quién engaña a quién?
-¿Quién no se dejará engañar?
-¿Y quién está detrás de la puerta?
Y se hacía la tarde
y se hundía el sol.

El mismo silencio.
El mismo terror.


Mis noches se metieron en su cama
y su cama en el sofá
de nuestras largas despedidas sin hablar.
La vi buscando algún lugar donde apagar
el último suspiro de un canuto
que cruje como una cucaracha que la aplastan.
Le acerqué el cenicero de barra:
- ¿y ahora dónde lo enchufo?
¿dónde lo podré conectar?
- Déjalo con las pilas.
Y me echó el humo en las rodillas.

El mismo silencio.
El mismo lugar.



Noches eléctricas

Las noches eran eléctricas y sedientas
la sangre recorría las sábanas
y el flujo salpicaba las paredes.
Yo me bebía el agua de las clepsidras
para que no amaneciera nunca.
Ella se lo tragaba todo.
Los 400 golpeaban fuerte a Truffaut
y las lágrimas follaban con el sudor.
Y tras el último grito:

El mismo silencio.
El mismo terror.



Alicia en el País de la Miseria

La melodía del cantautor
se propaga a través de un sueño.
Es de noche,
atravieso paradas de metro cerradas,
subo por la Escalera de Jacob.
Camino por calles desconocidas
en busca de la que me ha de llevar
a casa de mi amante.
Sisifonia, Pinkola, Alicia
en el País de la Miseria o Arena Desierta,
al fin y al cabo
Mujeres que corren con los lobos
intentando escapar de un bucle infinito
frente a
Cuatro hombres y medio y un destino:
El calor del terror en un sofá

Otra vez,

el mismo silencio.
El mismo lugar.



La Bata

Apareció envuelta en una Enorme Bata Gris,
casi pregunté “¿Quién manda?”
Su pelo descubría un único ojo
clavado en Do mayor.
Mitad bruja, mitad esclava.
Los 400 golpeaban fuerte al honor
pero para entonces el honor
ya no valía nada
y casi preguntó:
“¿Quién eres?”
Así que cerré la boca para no contestar
lo que no fuera cierto.
Ella movió la cabeza
y se despenetró por detrás.

El mismo silencio.
El mismo lugar.


Alcancé mi ropa
y el umbral del terror
del absoluto silencio
y de la inmensa escoria.

Y ella dijo:
“Salir de aquí no es escapar.
Así que dime, ¿quién engaña a quién?
¿Y quién está detrás de la puerta?”


A lo que yo respondí...

N A D A

martes, 24 de marzo de 2009

Rácano, Diáfano y Garrafal

El viento nunca soplaba cerca de Rácano,
era esa clase de tipo
que jamás rellenaría una cubitera
después de ponerse un whisky con hielo.
No le gustaban los niños,
ni los perros, ni los gatos.
Y odiaba a las mujeres,
sobre todo odiaba su forma de gritar.
Todos los días escribía en una columna
de mármol
direcciones de domicilios.
Le gustaba pasearse por los grandes almacenes
y frotarse con disimulo cerca de las dependientas.
A algunas las seguía hasta su casa
y después tomaba nota.
Por las noches se convertía en una rata
y podía ver cosas que la mayoría
ni tan siquiera sabe que existen.
En su restaurante favorito
pedía patata hervida
y si algún niño lloraba cerca
le soltaba un sopapo lleno de ira
y dejaba de llorar.
“Demasiadas soluciones
para tan pocos problemas”
solía repetir con gesto duro
después de cualquier tertulia gris
en la barra de un bar.



Diáfano fue sentenciado
a servir en una mansión,
le gustaba quebrantar las leyes
sólo por el hecho de quedar desnudo ante todos.
En realidad no era mala persona
pero cometió tantos asesinatos
que lo acusaron de mayordomo.
En sus temporadas de calma
escribía un diario que se llamaba
“Las épocas opacas”.
No sabía vivir sin declararse vivo.
Un día se le ocurrió hervir el tiempo
y apareció flotando
en el dormitorio de la hija del señor de la casa.
Las mismas cortinas rojas
que envolvían la cama de la joven
le sirven de atuendo
para caminar sin rostro
entre las montañas
de "la Sierra de los desaparecidos".



Garrafal tenía las uñas llenas de mierda,
se rascaba la espalda con tebeos enrollados
y nunca dejaba de respirar fuerte.
Se echaba largas siestas en los parques,
no era muy alto pero calzaba un 52
y caminaba agarrotado.
Tenía el pelo revuelto y la nariz torcida.
Guardaba fotos eróticas dentro de sus calzoncillos,
de vez en cuando las sacaba y tras un árbol
se sacudía las ganas.
Le habían echado de todos los burdeles,
no le dejaban pisar ni un hospital,
ni siquiera el cementerio
y en la cárcel sólo duró un día.
Tampoco le dejaban jugar con los perros,
ya que por su culpa cogían pulgas y garrapatas.
Un día de calor infernal
se remojó en el estanque
y todos los patos murieron.
Grotesco juró no conocerlo de nada.
Esperpento y Aberrante negaron ser sus hermanos.
Lo que nadie sabe es que en otra vida
Garrafal firmó un pacto con el diablo
y verterá toda su miseria entre los vivos.





- A lo lejos, Macabro los observaba, sabiendo que ninguno de ellos jamás llegaría a ser como él.