Nunca debí haber ido.
Me lo jugué a la parada
del primer metro que llegara,
lanzando la apuesta al aire
(por un amor, una bala)
y así comenzó el desastre.
¡Justo el 5!
¡Justo el 5!
¡Vaya instinto!
¡Vaya instante!
Dispuesto a cumplir mi parte,
salí de la boca del metro
para entrar en la del lobo.
Una secuencia de cine
hiperrealista, soberbia
con un reparto terrible.
Nunca debí haber jugado.
Estaba triste, enfermo y borracho.
Una escena costumbrista
que a mitad de interpretarla
ya deseas repetirla,
que te mueres por que alguien
grite “¡Corten!” de repente
pero entonces notas algo
en la palma de tu mano,
son sus dedos
recorriendo tu destino,
acariciando el infarto;
te da el cambio, fría, inmune,
con un adiós de epitafio.
Dos monedas de 20,
es la vida
(aunque ella venda muerte)
y te vas arrebatado.