domingo, 20 de abril de 2008

Confesiones en el matadero

Ella fumaba sentada en una bombona de butano,
yo empezaba a sentirme rechazado,
de fondo, se oían los chillidos de los cerdos al morir,
la sangre nos llegaba en forma de vapor a la garganta.
- Entonces, ¿te soy indiferente? - suspiré
Y comenzó a reír estridente,
sus carcajadas se mezclaban con los gritos de los animales
y mi mirada se perdió en la hoja de un cuchillo.
- Podría ejercer de buena pero no me gustan las concesiones,
y además no es mi estilo - y volvió a reír
- Y después de esto, ¿va a cambiar algo? - pregunté,
soñando esta vez una respuesta agradable.
A lo que dijo - El sí ya lo tengo,
a partir de ahora acarrea tú con las consecuencias,
amor mío, no ha sido una de tus mejores tardes.
Y ese "amor mío" se me inyectó como veneno
y en mis venas burbujeó mi último grito de supervivencia:
- Tranquila, quien ríe último, ríe mejor.
- Sí, pero quien ríe primero, ríe seguro.
Y otra vez no pudo contener la risa.
Los gritos cesaron. Ya todos habían muerto.