miércoles, 13 de noviembre de 2019

Malos recuerdos

Llevo colgados de mi corazón 
los ojos de una perra y, más abajo, 
una carta de madre campesina. 

Cuando yo tenía doce años, 
algunos días, al anochecer, 
llevábamos al sótano a una perra 
sucia y pequeña. 

Con un cable le dábamos y luego 
con las astillas y los hierros. (Era 
así. Era así.
 Ella gemía,
 se arrastraba pidiendo, se orinaba, 
y nosotros la colgábamos para pegar mejor). 

Aquella perra iba con nosotros 
a las praderas y los cuestos. Era
 veloz y nos amaba. 

Cuando yo tenía quince años, 
un día, no sé cómo, llegó a mí 
un sobre con la carta del soldado. 

Le escribía su madre. No recuerdo: 
«¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla. 
No te puedo mandar ningún dinero…». 

Y, en el sobre, doblados, cinco sellos 
y papel de fumar para su hijo. 
«Tu madre que te quiere». 
No recuerdo 
el nombre de la madre del soldado. 

Aquella carta no llegó a su destino: 
yo robé al soldado su papel de fumar 
y rompí las palabras que decían 
el nombre de su madre. 

Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo, 
pero aunque tuviese el tamaño de la tierra 
no podría volver y despegar
el cable de aquel vientre ni enviar 
la carta del soldado. 


Antonio Gamoneda








miércoles, 6 de noviembre de 2019

Como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas

Como cuando hay un apagón de luz en tu calle 
y por un momento piensas que ha ocurrido algo grave 
y toda la ciudad quedará a oscuras durante mucho tiempo. 
  
Como cuando un piloto de carreras vuela por los aires 
o un futbolista cae desplomado al suelo de repente. 
  
Como cuando desaparece una niña 
o enganchan a un torero. 
  
Como cuando hay un atentado masivo 
o en la radio nos cuentan, esta vez en serio 
que vienen los extraterrestres. 
  
En el fondo, realmente, lo que estamos deseando 
es que de una vez por todas 
todo se vaya a la mierda. 
  
(Como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas) 








martes, 22 de octubre de 2019

Ruleta rusa

Nunca debí haber ido. 
Me lo jugué a la parada 
del primer metro que llegara, 
lanzando la apuesta al aire 
(por un amor, una bala) 
y así comenzó el desastre. 
  
¡Justo el 5! 
¡Justo el 5! 
¡Vaya instinto! 
¡Vaya instante! 
  
Dispuesto a cumplir mi parte, 
salí de la boca del metro 
para entrar en la del lobo. 
  
Una secuencia de cine 
hiperrealista, soberbia 
con un reparto terrible. 
Nunca debí haber jugado. 
Estaba triste, enfermo y borracho. 
Una escena costumbrista 
que a mitad de interpretarla 
ya deseas repetirla, 
que te mueres por que alguien 
grite “¡Corten!” de repente 
pero entonces notas algo 
en la palma de tu mano, 
son sus dedos  
recorriendo tu destino, 
acariciando el infarto; 
te da el cambio, fría, inmune, 
con un adiós de epitafio. 
Dos monedas de 20, 
es la vida  
(aunque ella venda muerte) 
y te vas arrebatado.