martes, 24 de marzo de 2009

Rácano, Diáfano y Garrafal

El viento nunca soplaba cerca de Rácano,
era esa clase de tipo
que jamás rellenaría una cubitera
después de ponerse un whisky con hielo.
No le gustaban los niños,
ni los perros, ni los gatos.
Y odiaba a las mujeres,
sobre todo odiaba su forma de gritar.
Todos los días escribía en una columna
de mármol
direcciones de domicilios.
Le gustaba pasearse por los grandes almacenes
y frotarse con disimulo cerca de las dependientas.
A algunas las seguía hasta su casa
y después tomaba nota.
Por las noches se convertía en una rata
y podía ver cosas que la mayoría
ni tan siquiera sabe que existen.
En su restaurante favorito
pedía patata hervida
y si algún niño lloraba cerca
le soltaba un sopapo lleno de ira
y dejaba de llorar.
“Demasiadas soluciones
para tan pocos problemas”
solía repetir con gesto duro
después de cualquier tertulia gris
en la barra de un bar.



Diáfano fue sentenciado
a servir en una mansión,
le gustaba quebrantar las leyes
sólo por el hecho de quedar desnudo ante todos.
En realidad no era mala persona
pero cometió tantos asesinatos
que lo acusaron de mayordomo.
En sus temporadas de calma
escribía un diario que se llamaba
“Las épocas opacas”.
No sabía vivir sin declararse vivo.
Un día se le ocurrió hervir el tiempo
y apareció flotando
en el dormitorio de la hija del señor de la casa.
Las mismas cortinas rojas
que envolvían la cama de la joven
le sirven de atuendo
para caminar sin rostro
entre las montañas
de "la Sierra de los desaparecidos".



Garrafal tenía las uñas llenas de mierda,
se rascaba la espalda con tebeos enrollados
y nunca dejaba de respirar fuerte.
Se echaba largas siestas en los parques,
no era muy alto pero calzaba un 52
y caminaba agarrotado.
Tenía el pelo revuelto y la nariz torcida.
Guardaba fotos eróticas dentro de sus calzoncillos,
de vez en cuando las sacaba y tras un árbol
se sacudía las ganas.
Le habían echado de todos los burdeles,
no le dejaban pisar ni un hospital,
ni siquiera el cementerio
y en la cárcel sólo duró un día.
Tampoco le dejaban jugar con los perros,
ya que por su culpa cogían pulgas y garrapatas.
Un día de calor infernal
se remojó en el estanque
y todos los patos murieron.
Grotesco juró no conocerlo de nada.
Esperpento y Aberrante negaron ser sus hermanos.
Lo que nadie sabe es que en otra vida
Garrafal firmó un pacto con el diablo
y verterá toda su miseria entre los vivos.





- A lo lejos, Macabro los observaba, sabiendo que ninguno de ellos jamás llegaría a ser como él.