miércoles, 13 de noviembre de 2019

Malos recuerdos

Llevo colgados de mi corazón 
los ojos de una perra y, más abajo, 
una carta de madre campesina. 

Cuando yo tenía doce años, 
algunos días, al anochecer, 
llevábamos al sótano a una perra 
sucia y pequeña. 

Con un cable le dábamos y luego 
con las astillas y los hierros. (Era 
así. Era así.
 Ella gemía,
 se arrastraba pidiendo, se orinaba, 
y nosotros la colgábamos para pegar mejor). 

Aquella perra iba con nosotros 
a las praderas y los cuestos. Era
 veloz y nos amaba. 

Cuando yo tenía quince años, 
un día, no sé cómo, llegó a mí 
un sobre con la carta del soldado. 

Le escribía su madre. No recuerdo: 
«¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla. 
No te puedo mandar ningún dinero…». 

Y, en el sobre, doblados, cinco sellos 
y papel de fumar para su hijo. 
«Tu madre que te quiere». 
No recuerdo 
el nombre de la madre del soldado. 

Aquella carta no llegó a su destino: 
yo robé al soldado su papel de fumar 
y rompí las palabras que decían 
el nombre de su madre. 

Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo, 
pero aunque tuviese el tamaño de la tierra 
no podría volver y despegar
el cable de aquel vientre ni enviar 
la carta del soldado. 


Antonio Gamoneda








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