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¡Dame el salmón!
El
sátrapa escupía latigazos de saliva
como
quien te atraca a punta de pistola:
“¡La
bolsa o la vida!”
Todo
el restaurante me observaba
con
indignación y pena.
Os
puedo asegurar
que
en esos momentos, mi vida
valía menos que el salmón.
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