jueves, 26 de julio de 2012

Yo confieso

Conforme fui creciendo
conseguí estar
al nivel de las buenas personas
 siendo más malo
que las peores
pareciendo más bueno
que las mejores.
A veces
hay que tomar decisiones
y una vez
tomé la mía.
Ese día aprendí algunas cosas.
Siempre habrá alguien
que haga el trabajo sucio.
Acepté el encargo
al negarse mi primo
con la extraña valentía
del que jamás hizo
heroicidad alguna.
A la hora de la siesta
caminé monte arriba
bajo el yunque del sol
transportando
una bolsa oscura
llena de gatos
dispuesto a romperles el cráneo
contra la piedra más dura.
Era un niño
y necesitaba saber
qué se siente al matar.


Insistí unas tres veces
pero al faltarme el valor
me fallaba la fuerza.
Estampaba la bolsa
contra las piedras
pero los cachorros
no dejaban de moverse
y unos perros, a lo lejos
no paraban de ladrar.
No acabé el trabajo.
Solté la bolsa horrorizado
como quien se quita un problema
aun sabiendo
que sigue estando
y volví corriendo
monte abajo
a casa de mi abuela.
Le dije: “Ya está hecho”
La tarde continuó
en toda su confortable
normalidad.
Pero ese día aprendí
que siempre sería un cobarde
y un mentiroso.
Aunque os jure
que esto ocurrió de verdad
prefiero que no me creáis.
Era un niño
y necesitaba saber
qué se siente al matar.

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