viernes, 24 de noviembre de 2017

De película


Escena #1

En las películas, la gente
no tarda ni medio segundo
en pedir perdón
después de cagarla.
En la vida real, eso
a veces lleva años.
A veces jamás pasa.


Escena #2

En las películas, el conductor
vaya a donde vaya
siempre encuentra una plaza
de aparcamiento.
A la primera, sin titubeos.
He visto aparcar
a las mismas puertas
de un ayuntamiento,
entre las columnas
del edificio de correos
o frente a la embajada china.
En la vida real,
esto lleva un poco más de tiempo
y bastante más distancia.
No es un ejercicio fácil.
No es tan simple, no es tan burdo.
Y es gran parte de la trama.
Se requiere astucia.
Controlar los nervios.
Agudizar la vista.
Mantener el pulso.
Y tener paciencia.
Yo querría ver una película
donde el protagonista
tardara media hora
en encontrar un sitio.
Sí. Media hora de metraje.
Vale, ha quedado con la chica
pero tiene que aparcar.
Querría verlo recorrer
las mismas calles, varias veces.
Aplicar una estrategia.
Defender una teoría.
Como en una escena de acción
donde pasan los minutos
en su contra.
Como si le fuera la vida.
La misma que no me cuentan.
Y que al fin salga del coche
a 300 metros, veinte minutos tarde.
Con la camisa arrugada,
el pelo revuelto
y las axilas mojadas.


Escena #3

En las películas,
cuando dos personas quedan
para verse y tomar algo…
Siempre y sin excepción,
la primera que llega
se sienta en una de las mesas
del primer bar que encuentra
para esperar a la otra,
mientras bebe cualquier cosa.
No he visto a nadie
esperar apoyado en un coche
o en la parada del bus
de donde la otra persona viene.
O en la boca del metro.
O en un escalón o fuente.
No. En las películas no importa
empezar sin el otro.
No importa correr el riesgo
de acabarte la consumición
si esperas más de la cuenta.
Llevar una cerveza de ventaja
o tomarte dos cafés seguidos.
Hay presupuesto de sobra.


Escena #4

La gran mayoría de las películas
tienen un comienzo atractivo,
prometedor e incluso inocente.
No nos importa demasiado
qué va a ocurrir. Nos entretenemos
escrutando a los personajes.
Vemos cómo viven, cómo se relacionan
y con quién. Sus hábitos y su rutina.
Poco a poco van quedando señalados
y sus papeles están claros.
Hacia la mitad,
el interés por la historia
empieza a ser más que cuestionable.
Cada vez más previsible y aburrida.
El desenlace puede llegar a ser
una auténtica decepción.
La vida.






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