Primera
Parte
I
El viento era un torrente de oscuridad
entre los racheados árboles,
la luna, un galeón fantasmagórico
zarandeado en mares nubosos,
la carretera, una cinta de luz lunar
sobre el páramo púrpura,
y el asaltante venía cabalgando...
cabalgando... cabalgando...
el asaltante llegó cabalgando
hasta la vieja puerta de la posada.
II
Llevaba sobre la frente un bicornio francés,
una lazada de encaje bajo el mentón,
un abrigo de terciopelo granate
y calzones de gamuza canela,
todo ajustado sin arruga alguna
¡las botas altas hasta el muslo!
Y cabalgaba con un rutilar de joyas,
la culata de su pistola, un rutilar
la empuñadura de su estoque,
un rutilar, bajo el ciejo enjoyado.
III
Sobre los adoquines chacoloteó
y resonó en el oscuro patio de la posada,
y repiqueteó con su fusta en los postigos
pero todo estaba cerrado y trancado.
Silbó una melodía hacia la ventana
a quien debería estar ahí esperando:
a la hija de ojos negros del dueño,
Bess, la hija del dueño,
trenzaba un nudo de amor rojo oscuro
en su largo y negro cabello.
IV
Y en el oscuro y viejo patio de la posada
un portillo del establo chirrió
donde Tim el guadarnés escuchaba
con su rostro blanco y afilado.
Sus ojos eran pozos de locura,
su pelo como heno mohoso,
él amaba a la hija del dueño,
a la hija de labios rojos del dueño,
y mudo como un perro escuchaba
y oyó al ladrón decir:
V
“Un beso, maja mía, corazón,
ando tras un trofeo esta noche
pero estaré de vuelta con el oro amarillo
antes de la luz del alba.
Sabes, andan pisándome los talones sin descanso,
me persiguen todo el día, si recorrieran mis pasos...
entonces espérame a la luz de la luna,
vela por mí a la luz de la luna,
vendré a por ti bajo la luz de la luna,
aunque el Infierno bloquee el camino.”
VI
Él se elevó sobre los estribos,
apenas podía alcanzar la mano de ella,
¡pero ella soltó el cabello sobre el marco de la ventana!
La cara de él ardía como una antorcha
cuando la negra cascada de perfume
se deslizaba sobre su pecho
y besó sus ondas a la luz de la luna.
(¡Oh, dulces, negras ondas a la luz de la luna!)
Entonces tiró de las riendas a la luz de la luna,
y se marchó galopando hacia el poniente.
I
El viento era un torrente de oscuridad
entre los racheados árboles,
la luna, un galeón fantasmagórico
zarandeado en mares nubosos,
la carretera, una cinta de luz lunar
sobre el páramo púrpura,
y el asaltante venía cabalgando...
cabalgando... cabalgando...
el asaltante llegó cabalgando
hasta la vieja puerta de la posada.
II
Llevaba sobre la frente un bicornio francés,
una lazada de encaje bajo el mentón,
un abrigo de terciopelo granate
y calzones de gamuza canela,
todo ajustado sin arruga alguna
¡las botas altas hasta el muslo!
Y cabalgaba con un rutilar de joyas,
la culata de su pistola, un rutilar
la empuñadura de su estoque,
un rutilar, bajo el ciejo enjoyado.
III
Sobre los adoquines chacoloteó
y resonó en el oscuro patio de la posada,
y repiqueteó con su fusta en los postigos
pero todo estaba cerrado y trancado.
Silbó una melodía hacia la ventana
a quien debería estar ahí esperando:
a la hija de ojos negros del dueño,
Bess, la hija del dueño,
trenzaba un nudo de amor rojo oscuro
en su largo y negro cabello.
IV
Y en el oscuro y viejo patio de la posada
un portillo del establo chirrió
donde Tim el guadarnés escuchaba
con su rostro blanco y afilado.
Sus ojos eran pozos de locura,
su pelo como heno mohoso,
él amaba a la hija del dueño,
a la hija de labios rojos del dueño,
y mudo como un perro escuchaba
y oyó al ladrón decir:
V
“Un beso, maja mía, corazón,
ando tras un trofeo esta noche
pero estaré de vuelta con el oro amarillo
antes de la luz del alba.
Sabes, andan pisándome los talones sin descanso,
me persiguen todo el día, si recorrieran mis pasos...
entonces espérame a la luz de la luna,
vela por mí a la luz de la luna,
vendré a por ti bajo la luz de la luna,
aunque el Infierno bloquee el camino.”
VI
Él se elevó sobre los estribos,
apenas podía alcanzar la mano de ella,
¡pero ella soltó el cabello sobre el marco de la ventana!
La cara de él ardía como una antorcha
cuando la negra cascada de perfume
se deslizaba sobre su pecho
y besó sus ondas a la luz de la luna.
(¡Oh, dulces, negras ondas a la luz de la luna!)
Entonces tiró de las riendas a la luz de la luna,
y se marchó galopando hacia el poniente.
Segunda Parte
I
Él no llegó a la aurora, no llegó al mediodía
y al rojizo atardecer, antes del nacimiento lunar,
cuando la carretera era una cinta gitana,
serpenteando el páramo púrpura,
una compañía de casacas rojas venía cabalgando...
cabalgando... cabalgando...
los hombres del rey Jorge llegaron cabalgando,
hasta la vieja puerta de la posada.
II
No dijeron una palabra al dueño
aunque sí bebieron de su cerveza,
y amordazaron a su hija y la ataron
a la pata de su estrecha cama,
dos de ellos se arrodillaron
junto al marco de su ventana,
¡con mosquetes a su lado!
Había muerte en cada ventana
e infierno en una ventana oscura
para que Bess pudiera ver, a través de su marco,
la carretera que el recorrería.
III
Ellos la habían atado en posición firme,
entre risitas y bromas;
al lado de ella habían sujetado un mosquete
¡con el cañón bajo su pecho!
“Ahora, ¡vela cuidadosamente!” y la besaron.
Ella oyó al muerto decir:
“Búscame a la luz de la luna;
vela por mí a la luz de la luna;
¡vendré a ti bajo la luz de la luna,
aunque el Infierno bloquee el camino!”
IV
Ella retorció las manos a su espalda;
¡pero todos los nudos estaban bien firmes!
Contorsionó las manos
hasta que sus dedos no estuvieron húmedos
de sudor o sangre
Se estiraban y tensaban en la oscuridad
y las horas se arrastraban como años,
hasta que entonces, al filo de la medianoche,
exactamente, al filo de la medianoche,
¡la punta de un dedo lo tocó!
¡Al menos el gatillo era suyo!
V
La punta de un dedo lo tocó
¡ya no se esforzó por el resto!
En vela, ella se mantuvo firme
con el cañón bajo su pecho,
no se arriesgaría a que la oyeran,
no se esforzaría otra vez
porque la carretera estaba al descubierto
bajo la luz de la luna,
despejada y al descubierto bajo la luz de la luna
y la sangre de sus venas a la luz de la luna
latía con fuerza por refrenar su amor.
VI
¡Troc-troc; troc-troc! ¿Lo habrán oído?
Los cascos del caballo sonando claramente
troc-troc; troc-troc, ¿a lo lejos?
¿Estarán sordos que no le han oído?
Por la cinta de luz bajo la luna,
sobre la cima de la colina,
¡el salteador venía cabalgando,
cabalgando, cabalgando!
¡Los casacas rojas miraron sus fusiles!
Ella se mantuvo, firme y en silencio!
VII
¡Troc-troc, en el helado silencio!
¡Troc-troc, en la resplandeciente noche!
¡Él se acercaba más y más!
¡La cara de ella era como una luz!
Los ojos de ella se ensancharon por un instante
tomó aire profundamente una última vez,
y movió el dedo a la luz de la luna,
su mosquete hizo añicos la luz de la luna,
destrozó su pecho a la luz de la luna y le avisó a él...
con su muerte.
VIII
Él se volvió, espoleó hacia el poniente
¡no sabía quien estaba inclinada,
con su cabeza sobre el mosquete,
empapada con su propia sangre roja!
No hasta que al alba lo oyó
-su cara se puso gris al oírlo-
como Bess, la hija del dueño,
la hija de ojos negros del dueño,
había velado por su amor a la luz de luna
y allí había muerto en la oscuridad.
IX
¡Retornó, espoleando como un loco,
gritando una maldición al aire,
con la blanca carretera humeando tras de sí
y su estoque blandiendo en alto!
Rojo sangre eran sus espuelas
bajo el mediodía brillante;
rojo vino, su abrigo de terciopelo,
cuando lo mataron de un tiro en el camino,
abatido como un perro en el camino,
y yace sobre su sangre en el camino
con la lazada de encaje en su garganta.
X
Y aún hoy, dicen, de una noche de invierno,
cuando el viento está en los árboles,
cuando la luna es un galeón fantasmagórico
zarandeado en mares nubosos,
cuando la carretera es un cinta de luz lunar
sobre el páramo púrpura,
un salteador llega cabalgando...
cabalgando... cabalgando...
un salteador llega cabalgando
hasta la vieja puerta de la posada.
XI
Sobre los adoquines chacolotea
y resuena en el oscuro patio de la posada,
y repiquetea con su fusta en los postigos
pero todo está cerrado y trancado.
Silba una melodía hacia la ventana
a quien debería estar ahí esperando
sólo a la hija de ojos negros del dueño,
Bess, la hija del dueño,
trenzando un nudo de amor rojo oscuro
en su largo y negro cabello.
y al rojizo atardecer, antes del nacimiento lunar,
cuando la carretera era una cinta gitana,
serpenteando el páramo púrpura,
una compañía de casacas rojas venía cabalgando...
cabalgando... cabalgando...
los hombres del rey Jorge llegaron cabalgando,
hasta la vieja puerta de la posada.
II
No dijeron una palabra al dueño
aunque sí bebieron de su cerveza,
y amordazaron a su hija y la ataron
a la pata de su estrecha cama,
dos de ellos se arrodillaron
junto al marco de su ventana,
¡con mosquetes a su lado!
Había muerte en cada ventana
e infierno en una ventana oscura
para que Bess pudiera ver, a través de su marco,
la carretera que el recorrería.
III
Ellos la habían atado en posición firme,
entre risitas y bromas;
al lado de ella habían sujetado un mosquete
¡con el cañón bajo su pecho!
“Ahora, ¡vela cuidadosamente!” y la besaron.
Ella oyó al muerto decir:
“Búscame a la luz de la luna;
vela por mí a la luz de la luna;
¡vendré a ti bajo la luz de la luna,
aunque el Infierno bloquee el camino!”
IV
Ella retorció las manos a su espalda;
¡pero todos los nudos estaban bien firmes!
Contorsionó las manos
hasta que sus dedos no estuvieron húmedos
de sudor o sangre
Se estiraban y tensaban en la oscuridad
y las horas se arrastraban como años,
hasta que entonces, al filo de la medianoche,
exactamente, al filo de la medianoche,
¡la punta de un dedo lo tocó!
¡Al menos el gatillo era suyo!
V
La punta de un dedo lo tocó
¡ya no se esforzó por el resto!
En vela, ella se mantuvo firme
con el cañón bajo su pecho,
no se arriesgaría a que la oyeran,
no se esforzaría otra vez
porque la carretera estaba al descubierto
bajo la luz de la luna,
despejada y al descubierto bajo la luz de la luna
y la sangre de sus venas a la luz de la luna
latía con fuerza por refrenar su amor.
VI
¡Troc-troc; troc-troc! ¿Lo habrán oído?
Los cascos del caballo sonando claramente
troc-troc; troc-troc, ¿a lo lejos?
¿Estarán sordos que no le han oído?
Por la cinta de luz bajo la luna,
sobre la cima de la colina,
¡el salteador venía cabalgando,
cabalgando, cabalgando!
¡Los casacas rojas miraron sus fusiles!
Ella se mantuvo, firme y en silencio!
VII
¡Troc-troc, en el helado silencio!
¡Troc-troc, en la resplandeciente noche!
¡Él se acercaba más y más!
¡La cara de ella era como una luz!
Los ojos de ella se ensancharon por un instante
tomó aire profundamente una última vez,
y movió el dedo a la luz de la luna,
su mosquete hizo añicos la luz de la luna,
destrozó su pecho a la luz de la luna y le avisó a él...
con su muerte.
VIII
Él se volvió, espoleó hacia el poniente
¡no sabía quien estaba inclinada,
con su cabeza sobre el mosquete,
empapada con su propia sangre roja!
No hasta que al alba lo oyó
-su cara se puso gris al oírlo-
como Bess, la hija del dueño,
la hija de ojos negros del dueño,
había velado por su amor a la luz de luna
y allí había muerto en la oscuridad.
IX
¡Retornó, espoleando como un loco,
gritando una maldición al aire,
con la blanca carretera humeando tras de sí
y su estoque blandiendo en alto!
Rojo sangre eran sus espuelas
bajo el mediodía brillante;
rojo vino, su abrigo de terciopelo,
cuando lo mataron de un tiro en el camino,
abatido como un perro en el camino,
y yace sobre su sangre en el camino
con la lazada de encaje en su garganta.
X
Y aún hoy, dicen, de una noche de invierno,
cuando el viento está en los árboles,
cuando la luna es un galeón fantasmagórico
zarandeado en mares nubosos,
cuando la carretera es un cinta de luz lunar
sobre el páramo púrpura,
un salteador llega cabalgando...
cabalgando... cabalgando...
un salteador llega cabalgando
hasta la vieja puerta de la posada.
XI
Sobre los adoquines chacolotea
y resuena en el oscuro patio de la posada,
y repiquetea con su fusta en los postigos
pero todo está cerrado y trancado.
Silba una melodía hacia la ventana
a quien debería estar ahí esperando
sólo a la hija de ojos negros del dueño,
Bess, la hija del dueño,
trenzando un nudo de amor rojo oscuro
en su largo y negro cabello.
Alfred Noyes
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