“No
sigas insistiendo,
no va
la luz.”
(Podemos
hablar a oscuras
mientras
llega el ascensor
y
haces ruido con la compra
al
sentirte tan violento.
Creyendo
que te podría besar
cuando
yo sólo muerdo)
Aún
me pregunto
de
vez en cuando
cómo
te llamas
y si
sigues viviendo
en
aquella casa.
Hoy,
por ejemplo.
Aunque
hoy es mal ejemplo.
Porque
hoy
han
pasado tantas cosas
por
mi mente
que
ya no sé cuántos días
caben
en éste.
Ni
cuantas veces he muerto
en
los últimos tiempos.
O en
cuántos resurgimientos
he
creído renacer de nuevo.
A
veces la Muerte
me
sorprende con la Vida
en
actitud cariñosa
pero
no le importa mucho
sabe
que tarde o temprano
acabaré
en sus brazos
en
mitad de una orgía
a
corazón abierto
a dos
calles de Dios
y a
un paso del infierno.
A la
orilla de un trasero
a ras
de unos vaqueros rotos
pude
leer “Urban Waves”
Urban
en la nalga izquierda
Waves
en la derecha.
El
traqueteo del autobús
balanceaba su cuerpo
ligeramente
hacia delante
y
ligeramente hacia atrás
hacia
mí y hacia allá
hacia
mí y hacia allá
como
las olas del mar
meciendo
un hueso de goma
en
mitad de la ciudad.
No
hubiera cedido el sitio
ni al
tullido más honesto
de la
guerra más sangrienta.
Ésa
era mi batalla
y en
la lucha
perdí
el alma y el paraguas
además
de la vergüenza.
Casi
conseguí nadar
hasta
el final del camino
pero
mi suerte se fue
por
la última curva.
Y si
a alguien le quedan dudas
que
no se le ocurra preguntar
por
la flor natural
que
no se marchita.
Ahí
queda eso
y ha
quedado muy mal.
Aterricé
en el verso
de un
poema de Aldecoa
y evitando
saltar al siguiente
me adentré en él
a ver
qué pasaba.
Crucé
un puente de madera,
erraba
la noche
litúrgica
y vaga
y en
el último banco
apareció
ante mí una joven
deshecha
en lágrimas.
Me
detuve ante ella
dudé
en sentarme a su lado
pero
ya era incómodo
hasta
pensarlo.
Apenas
había luz
no
pude verle la cara.
Nunca
sabré si supo
que
yo estuve allí para nada.
Una
semana después
volví
al mismo verso
y
atravesé el mismo puente
y en
el último banco
apareció
sentado
un
hombre de traje
con
un maletín verde
hojeando
el periódico
buscando
en contactos
hostales
y albergues.
“El
hombre expulsado de casa”
lo
llamé a éste.
Y a
la otra
“La
chica triste del puente.”
Y
aquí acaba la cosa
donde
las cosas terminan
en el
Cajón de las Cosas Valiosas
cosas
de todo tipo
recortes
de una vida
como
el Edificio Apolo
esperando
en su azotea
mi
fiesta de despedida.
Ese
ático fantasma
concebido
para mi causa
o el
Hombre de la Media Cara
o mis
Noches Viejas Malditas
registradas
como marca
cada
365 días.
Y el
loco que subió
por
el borde de la peineta
y el
Hombre del Vómito Rosa
apoyado
en una mesa.
Y la
rata en la peatonal
y los
turistas en estampida....
La
certeza de que nada es verdad
de
que todas las mentiras
podrían
haberme sucedido ya
y que
el Infierno
que
me prometieron
era
el Cielo
que
quisieron venderme.
Y
aunque duela y aunque cueste
nadie
deja de remar
ante
la idea de la muerte.
Así
pues
si
fuera a alcanzar el triunfo
a
punto de rozar el arco
en un
arrebato de humanidad
cual
demonio de lo perverso
correría
un último riesgo
para
tener la esperanza
de
sentirme vivo
por
más tiempo.
Y Eso
sea
lo que sea
no es
la felicidad.